Mis Abuelas y la Reforma Protestante: Forjando una Nueva Reforma Junto a la Tierra (Rev. Dr. Neddy Astudillo)
Mis abuelas y la Reforma Protestante
Forjando una nueva Reforma junto a la Tierra
Rev. Dr. Neddy Astudillo
Mi familia, como casi todas las familias en América Latina, fue fundada en las historias de varias abuelas. En mi caso paterno, una abuela europea, inmigrante, que le gustaba bañarse con leche para conservar su piel blanca; y otra abuela, indígena, de la región amazónica, quien prefería bañarse en el río para no olvidar su conexión con la Tierra. Nunca supe el nombre de la primera, pero la segunda abuela se llamaba, Diosgracia.[1]
Aún cuando ninguna de ellas llegó a ser protestante, la historia de la Iglesia en el mundo occidental, su poder y visión del mundo, se incrustó en la cultura y en leyes que justificaron doctrinas como la del Descubrimiento, la toma de tierras, las luchas raciales, modelos de desarrollo y explotación de la tierra, que influenciaron igualmente sus vidas, la vida del campo, la vida del río, la vida de sus hijos y sus próximas generaciones.
Encontrándome hoy como el resultado de estas historias, la Reforma Protestante y la crisis socio-ambiental en sus diversas expresiones, me siento llamada a mirar la historia de mis abuelas como otro marco de referencia desde el cual también encontrar algunas pistas y salidas a la crisis ecológica. En ella veo, cómo aún cuando la Reforma del siglo XVI logró purgar de la iglesia occidental sus abusos medievales, restaurando la promesa de salvación a los pobres a través de la doctrina de la Gracia y conforme a un estudio exegético de la Escritura; el existir dentro de un mundo patriarcal y antropocéntrico, influenciado por el pensamiento aristotélico y neoplatónico dualista, no le permitió a la reforma trasladar con igual facilidad la misma promesa de salvación a las demás comunidades vulnerables de la tierra.
Diosgracia – como bien dice su nombre - representaba otro modelo epistemológico existente desde hace mucho más de 500 años, el cual la Reforma no pudo destruir del todo, pero tampoco adoptó, marginándola como a la misma Tierra, dejándola al margen, al estudio y el servicio de la modernidad, y los deseos insaciables de la industrialización y el Mercado.
Diosgracia, representa una manera de conocer la Gracia de Dios presente también en la Tierra. Una gracia independiente de exégesis bíblicas para ser reconocida, pero igualmente sostenida por la Escritura, donde encontramos llamados como el de Jesús a sus discípulos, de observar los lirios del campo y las aves del cielo, de dejarnos encantar por su belleza, encontrar en ellos sabiduría, y contentamiento para vivir de una manera que las demás abuelas también puedan asegurar la existencia de sus nietas y sus nietos.
Diosgracia y la Reforma
Los reformadores sin duda trajeron consigo semillas del Reino, pero como hijos de su tiempo, olvidaron podar algunas ramas secas que provocaron explotación, injusticia y sufrimiento durante los próximos 500 años y de la cual la iglesia consciente o inconscientemente se hizo cómplice.
Por un lado, como ejemplo, tenemos las órdenes papales que desde un par de décadas antes de la Reforma, legalizaban la conquista de tierras indígenas. Estos derechos no lo dejaron atrás los reformadores, también se los llevaron consigo después de la Reforma.
Tin Tinker, en un artículo escrito para un diario sobre Ética Luterana, comenta que, tanto los misioneros católicos como luego los protestantes, llegaban a las comunidades indígenas, invitándoles a orar primero, pero cuando levantaban sus ojos, los indígenas tenían biblias, y los demás ahora tenían la tierra.[2]
La bula papal “fue el principio legal utilizado por cada grupo cristiano protestante que reclamó como suya la tierra de Nativos en Norte América, desde los episcopales… hasta los puritanos… los peregrinos y los inmigrantes luteranos que se regaron por la zona norte del continente.” [3]
El abuso de la cultura occidental se manifestó en el uso mecanicista de la naturaleza, la cual para muchos fue infundida por las promesas y búsqueda de gracia infinita para los hombres, promovida por los reformadores.
Hoy por hoy, esta visión mecanicista se manifiesta dentro de la Iglesia cuando leemos el Génesis 1 en favor de la dominación de los llamados, ‘recursos naturales’, para beneficio del desarrollo humano; de manera menos obvia, la visión mecanicista de la naturaleza también está en la lectura que la mayoría del pueblo evangélico protestante en EEUU hace sobre el cambio climático. Aún cuando los científicos en su mayoría concuerdan que, el cambio climático es el resultado de las emisiones de gases de efecto invernadero producidos por la actividad humana, desde el auge de la industrialización, la mayoría evangélica cree que el cambio climático es señal del apocalipsis, no el resultado de nuestras acciones.[4] “Si Dios nos dio el derecho de dominar la tierra, nada malo puede pasar que no estuviera ya prescrito. Por lo tanto, si el clima está cambiando y los polos se derriten, es señal de buena nueva.”[5]
Esta manera de relacionarnos y de mirar la naturaleza, no siempre fue así. Elizabeth Johnson, en el libro “Cristianismo y Ecología, buscando el bienestar de la tierra y los seres humanos”[6], explica cómo durante los primeros 1500 años de historia de la Iglesia, la naturaleza era vista como creación bondadosa[7] (Gen 1). La Iglesia se regía por una mística trinitaria (Dios-Ser Humano-Naturaleza), que aún cuando no era perfecta, por ser aún dualista y jerárquica (el hombre venía primero y luego la mujer), esta mística le permitía ver la naturaleza como un sujeto vivo, con derechos y como lugar teológico.
Hasta ese momento, el rol del teólogo, incluía el estudiar la naturaleza para entender los misterios de Dios. Si dejábamos a un lado parte de esta mística trinitaria, se sabia que nuestro conocimiento de Dios, de la naturaleza, y de nosotros mismos, iba a ser incompleto.[8]
Esta mística comunitaria tiene su expresión propia en las comunidades indígenas del Continente Americano, donde el rol del líder espiritual también incluye estudiar el misterio revelado en la naturaleza para bien de la comunidad. Si se rompe esta mística comunitaria, viene la enfermedad. Por eso los rituales de sanación, incluyen la restauración de las relaciones con las diversas dimensiones de la vida humana, y al igual que en la Escritura (Ap 22:2, Ez 47:12, Jn 9:6-7), y la naturaleza también viene a servir como ente restaurador y sanador.
¿Qué pasó entonces? Como Iglesia ¿cuándo dejamos de discernir los misterios del universo para buscar nuestro retorno hacia Dios, sin el apoyo de la naturaleza?
Para la Iglesia Católica y reformada, esto sucedió cuando su visión del mundo se vio confrontada o encantada por los descubrimientos de la modernidad y la nueva ciencia. Hasta ahora, el universo giraba alrededor de la tierra, y a partir de esta visión habíamos organizado la Iglesia y la sociedad, creando orden y jerarquías estáticas. Pero la nueva ciencia descubrió que esta visión era construcción del hombre. El mundo no estaba ordenado jerárquicamente, ni el universo giraba alrededor de nosotros.
Para otros, esta mística trinitaria parece haber ido desapareciendo cuando el encanto de la Modernidad y sus nuevas oportunidades también se fusionaron con las promesas de salvación y gracia divina promovida por los reformadores. Hoy en día, la teología del progreso nos puede servir como referencia.
Al igual que con la crisis ecológica de hoy, y sus grandes retos al pueblo de Dios, la Iglesia tuvo la oportunidad de adoptar los nuevos conocimientos y hacerse relevante ante su momento histórico, sin tener que negar su propia fe.
A diferencia de lo que hoy esperamos lograr con este análisis de la historia, la Iglesia reformada (y católico romana) decidió abandonar su vocación de discernir el universo para bien del pueblo de Dios. Temiendo el bote hundirse, y sin tomarse tiempo de pedirle ayuda a Cristo (Mc 4:35-41), la iglesia tiró por borda la naturaleza, como si ella fuera el problema, para dejar que ahora la ciencia y la modernidad se encargaran de estudiarla, analizarla y utilizarla, para bien de la modernidad, dentro de una cultura dominante, euro y antropo-céntrica. El trabajo del teólogo desde entonces y hasta hoy, se concentró en discernir los asuntos de Dios con respecto al ser humano.[9] Lo importante ahora era nuestra relación vertical con Dios. A los teólogos que quisieron dialogar con las ciencias modernas, se les censuró y se les obligó a retractarse.[10]
Diosgracia y Lutero
Así como Diosgracia reconocía una conexión mística con el río, que la llevaba hacia él todos los días, Martin Lutero reconocía el valor espiritual de la tierra. Lutero pensaba que Dios habitaba en la naturaleza, aún en la hoja más pequeña. Él decía que debíamos “escuchar la Palabra sanadora, liberadora y transformadora de Dios, aún en las criaturas y los elementos de la Tierra.”[11]
"Dios está sustancialmente presente en todas partes, en y por medio de todas las criaturas, en todas sus partes y lugares, de modo que el mundo está lleno de Dios y llena todo, pero sin que Él esté rodeado y rodeado por él”… “la Divina Majestad es tan pequeña que puede estar sustancialmente presente en un grano, sobre un grano, a través de un grano, dentro y fuera. Su propia esencia divina puede estar en todas las criaturas colectivamente y en cada una individualmente más profundamente, más íntimamente, más presente que la criatura es en sí misma. Sin embargo, no puede ser abarcado en ninguna parte y por nadie."[12]
Mientras el tema de la salvación humana, y la lucha de los pobres fue la inspiración principal de Lutero; Diosgracia desde el río amenazado por las minerías, el río que ya no fluye, o el que corre con aguas contaminadas, hoy nos llama a considerar la necesidad de una nueva reforma que reconozca la salvación también prometida a la tierra (Mc 16:15, Col 1:20, Ap 11:18), a través de Cristo.
Entendiendo que el pecado humano contra la tierra está íntimamente ligado con el pecado en contra de otros seres humanos, al buscar la salvación de la tierra tenemos que encontrar el punto de contacto entre la violencia económica, la violencia racial y la violencia ecológica; y concentrar allí nuestros mayores esfuerzos. Este es el tipo de ‘salvación’ que Dios también nos ofrece como Dios Creador, del Cielo y de la Tierra. Una salvación que va más allá de la salvación escatológica. Se la comprende como salud y como restauración de la vida en abundancia (Jn 10:10), prometida al cosmos a través de Jesucristo (Jn 3:16), aquí y ahora para todas las criaturas de la tierra.
La tierra está viva
"El cambio climático puede ser la manifestación de mayor alcance de los privilegios blancos y privilegios de clase que aún deben afrontar la humanidad." El cambio climático es causado abrumadoramente por los altos consumidores del mundo que son desproporcionadamente descendientes de Europa."[13]
Mi abuela sin nombre también representa una esperanza, la necesidad humana de bienestar y de salud. Ella representa la historia de cada inmigrante, forzada a buscar en tierras lejanas lo que necesita para sobrevivir. Ella es símbolo de valentía y del derecho que toda criatura tiene de encontrar su lugar en la tierra y de disfrutar de sus frutos (Gen 9:8-17). Mi abuela europea también representa lo que puede suceder cuando este impulso divino, pierde su vocación principal de servir la tierra mientras buscamos nuestra paz (Jer 29:4-7); o lo que puede suceder cuando dejamos de reconocernos como forasteros y forasteras, en una tierra que al fin y al cabo, es de Dios (Lev 25:23).
Para ayudar a la Iglesia a superar este modelo antropocentrista heredado; en nuestros esfuerzos de ver,juzgar y actuarcon la Tierra en mente, necesitamos incorporar el sentir la Tierra, reconciliando las relaciones esenciales de todo ser humano que vive en este planeta.
Cuando mi esposo y yo teníamos dos años viviendo en el campo, luego de dejar la ciudad para comenzar un centro de aprendizaje en una granja orgánica al norte de Chicago, uno de nuestros hijos de 9 años, llegó un día de la escuela rural a donde iba, con una pregunta inquietante: “¡Mami!” – Me dijo – “¿La Tierra está viva?”
Su pregunta era extraña, porque desde que nos mudamos al campo, él nos había escuchado decir a mi esposo y a mí, una y otra vez, a cada grupo que recibíamos en la granja, cómo en un manojo de tierra fértil, viven billones de microorganismos; más organismos que seres humanos en la faz de la tierra.
Entonces le dije: “Hijo, ¡Claro que la tierra está viva! ¿Por qué me lo preguntas? –
“La maestra nos pidió que le diéramos ejemplos de objetos de la naturaleza que están vivos y objetos muertos. Y cuando alcé mi mano para darle el ejemplo de un objeto vivo, le dije: la tierra (el suelo). Y ella me dijo: “No, la tierra está muerta.”
Una fe basada en el conocimiento de una tierra muerta, no puede dar fruto, ni puede responder a los retos que la crisis ecológica hoy pone frente a nosotros. Por eso, yo creo que urgentemente, necesitamos nutrir y proteger las intuiciones que nuestros hijos e hijas heredaron de sus abuelas. Estamos en un momento histórico único, donde necesitamos cada experiencia práctica e intuitiva, cada recurso institucional, cada sabiduría comunitaria y ancestral, orientadas en unísono hacia la sanación de nuestro planeta.
Sentir la tierra no es idolatrarla, es cumplir nuestra vocación divina de cuidarla y servirla[14] (Gn 2: 15).
Mientras la escritura siempre nos ha invitado a conocer la sabiduría de Dios en las criaturas de la tierra (Job 12:7, Pr 6:6), y las verdades de Dios en el cielo (Sal 19:1-6, Mt 2:1-2); la preocupación sobre la depravación humana y el pecado, llevó a algunos reformadores a concluir, que debido al pecado, necesitamos las Escrituras para ver con claridad la misma naturaleza.[15] Este nuevo requisito, unido a los esfuerzos de la ciencia de dominar la naturaleza[16], le cerró las puertas del templo, la convirtió en “la plataforma donde se desarrolla el drama de la historia de la salvación; e incluso… símbolo de aquello de lo cual necesitamos salvarnos.”[17]
Bondadosa o caída, nuestra vida depende de ella[18]
Hace un par de años, el artículo de un periódico digital mostraba la huella de la mano de un niño de 8 años en una placa de Petri. Las bacterias de su mano que quedaron en la placa de petri, habían tenido la oportunidad de multiplicarse y crear un bosque colorido de bacterias.
Su madre, una microbióloga, había hecho este experimento para demostrarle a la gente, que todos estamos cubiertos de bacterias y esto no es necesariamente algo malo. El artículo explicaba cómo las bacterias viven dentro y fuera de nuestros cuerpos; nos ayudan a mantener un sistema inmunológico sano. Las bacterias de nuestras tripas, nos ayudan a digerir la comida y a absorber las vitaminas. Tenemos 100 trillones de bacterias viviendo en nuestros cuerpos que han evolucionado con nosotros. En la boca solamente, existen hasta 5000 especies de bacteria. Las de la piel, la humedece y evitan las ranuras donde puedan entrar agentes patógenos. La leche del pecho de nuestras madres, no siendo pasterizada, tiene más de 600 especies de bacteria.
Cuando pensamos en la necesidad de reconciliarnos con la Tierra, e incorporamos este tipo de realidad esencial del humano, donde no podemos existir, ni tener salud, sin el apoyo de otros seres vivos como las bacterias, nos damos cuenta que el camino hacia la reconciliación universal en Cristo, pasa por el descubrirnos a nosotros mismos.
“¿Quiénes somos en realidad? ¿Qué tipo de mundo creó Dios? donde no podemos ser nosotras, ni nosotros, sin las muchas otras criaturas que nos proveen de salud; donde existen más criaturas viviendo en mí y en tú, mientras que existe un sólo/a “yo.” En esta realidad divina, vemos que el concepto de ‘individualidad’ como ser ‘independiente’, no existe en la creación. Así como Dios existe en comunidad o actúa en comunidad (Gn 1:16), yo no puedo ser yo, ni puedo existir, sin las muchas otras criaturas con las cuales Dios me creó para encontrar mi salvación.
Existimos como parte de una red de relaciones, y mientras más estudiamos este mundo natural del cual somos parte y dependemos, nos damos cuenta que esta red de relaciones, nos conectan con la red mucho más amplia llamada planeta Tierra; nuestra casa común, donde existimos y conocemos a Dios.
Mirando la tierra desde una mirada eco-teológica:
Una de las propuestas teológicas que me parecen más pertinentes para reponer el daño hecho a la tierra y sus criaturas, respetando nuestra diversidad cultural latinoamericana y fundamentada en las raíces de nuestra tradición Judeo-Cristiana, es la Eco-Espiritualidad.[19]
Ella propone ver a Dios de una manera pneumática: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, viviendo en y entre nosotros, como la Ruah que no sólo sostiene al ser humano sino que da vida a todas las criaturas (Job 34:14-15; Salmo 104:29-30); y a la misma vez, inspira a las hijas e hijos de Dios a ser Iglesia, a manifestarse y a liberar a la creación de la opresión de la cual ha sido sujeta (Romanos 8:19-23a).
Mediante esta eco-espiritualidad, podemos seguir participando de una reconciliación universal fundada en Jesucristo (Col 1:15-20). Su fin no es sólo la salvación de las almas humanas, sino todo el universo (Juan 3:16). Nada existe fuera de Dios, así como nosotros no existimos independientemente del resto de la creación. La presencia Crística en el mundo, desde un punto de vista pneumático, es la que hace posible que encontremos vida y salvación[20], en un momento de solidaridad, en la comunidad, en la ternura, las mujeres, en la misma tierra.[21]
Como seres humanos, fuimos hechos del polvo de la tierra (Gen 2:7) y parte de nuestra identidad sólo la descubrimos cuando estamos en comunión con ella. Como imagen de Dios (Gen 1:26), estamos llamados a reflejar a un Dios que se auto-limita, existe y a crea en comunidad. Desde su propia unidad en diversidad, Dios nos invita a vivir de la misma manera, creando en unión con otras y otros, como Dios mismo lo hizo, con la ayuda de la misma tierra[22] (Gen 1:11-12). Bajo esta espiritualidad no sólo existimos porque pensamos, sino también porque sentimos;[23] y aceptamos ponerle límites al dominio (Gen 2:15-16), para que la vida pueda florecer.
Desde esta espiritualidad la naturaleza somos nosotros mismos, con y en ella existimos, vivimos, sufrimos, morimos y recibimos salvación (Ecl 3:17-22; Joel 2:21-22). La naturaleza es nuestra prójima y desde el principio ha sido “muy buena” (Gen 1:31). Si alguna vez fue maldita por culpa del pecado humano, ya Cristo la libró de tal condena (Gal 3:13-14). Independientemente de nuestra capacidad de dominar la tierra, la tierra es de Dios y todo lo que en ella habita (Salmo 24:1); nosotros somos simples forasteros (Lev 25:23).
La tierra es nuestra compañera (1 Rey 17:2-6; Nm 22:23-30; Gen 2:18-20); y hermana (Gen 9:8-11), como lo reconoció San Francisco de Asís en el tiempo medieval. A lo largo de la historia Dios ha decidido revelar su gloria también a través de ella (Éx 3:1-6; 19:16-19; 20:18-21; Lc 3:21-22); y aunque ella no es lo mismo que Dios, el Espíritu de Dios también la inspira y nos ilumina a nosotros para discernir en ella su mensaje y esto la convierte en nuestra maestra (Pr 6:6-8; Job 12:7-11).
La eco-espiritualidad está fundamentada en el Dios Creador y en una sensibilidad a la presencia de lo divino en la Creación. Ella puede ayudarnos a restaurar el daño cometido en contra de Diosgracia, del campo, del río, de la abuela sin nombre que tuvo que emigrar para buscar mejores oportunidades. En ese caminar, la eco-espiritualidad nos enraíza con el lugar donde vivimos y enriquece nuestra Fe. La ecoespiritualidad trabaja con el Espíritu de Dios, para que la voluntad del Padre Nuestro que está en el Cielo también logre su fin aquí en la Tierra.
Religando al Padre Nuestro con la Madre Tierra
"Necesitamos una nueva revolución copernicana: que pase de ser centrada en el ser humano a estar centrada en la creación; que pase de enfocarse en la relación de Dios con los humanos solamente, a enfocarse en la relación de Dios con toda la creación.” [24]
Mientras los reformadores preocupados por el pecado del ser humano, se fueron alejando de la naturaleza, enfocando su mirada en la Palabra de Dios Escrita para encontrar salvación eterna; la crisis ecológica nos propone mirar de nuevo el pecado, no como un fenómeno individual, con consecuencias escatológicas, sino como todo aquello que ignora la Sabiduría de Dios, y distorsiona la armonía de la creación.
Si no lo hacemos, contribuimos a la crisis ecológica. Es hora de ver la salvación como la reconciliación de nuestras relaciones humanas “tanto en el ámbito personal, social, comunitario, en la relación con Dios.”[25]Es la hora que la Tierra espera la manifestación de los hijos y las hijas de Dios.
Es hora de soñar no solamente con un castillo en el cielo, porque al fin y al cabo la nueva Jerusalén bajará del cielo a instalarse en la tierra. Es hora de cuidar nuestra casa terrenal, protegiendo el agua para poder bañarnos con Diosgracia en el río, o haciendo jabón de leche de cabra para cuidar nuestra piel.[26]
Es hora de reconocer la presencia y las contribuciones de los dos libros de Dios – la Escritura y la Naturaleza – y las dos manos de Dios: la Palabra y la Sabiduría o Cristo y el Espíritu.[27]
Tal vez si los consideramos, nos daremos cuenta no solo la fe, no solo la Escritura, sino también la naturaleza, tiene capacidad salvífica, porque en ella, Dios también vive y revela su Gracia.
Para la eco-teóloga Yvonne Gebara, esto es posible por la capacidad crística de la creación.[28] Es Cristo, no la naturaleza misma, la que hace posible que la creación pueda ser también canal y fuente de salvación para el pueblo de Dios.[29]
Para comprender esta revelación, necesitamos el discernimiento del Espíritu de Dios, como cuando nos sentarnos a escribir un sermón o leer la Escritura. Es Dios quien decide revelarse a sí mismo y el Espíritu Santo el que nos guía a entender la revelación. Sin una vida en el Espíritu, no podremos encontrar a Dios, ni siquiera en los lugares más hermosos o pacíficos, más altos, ni profundos del planeta, y tampoco en la Escritura.
El Espíritu que ayudó a los judíos a entender que la salvación también corría por las venas de los gentiles; llevó a Pablo a reconocer que la salvación rompía las fronteras entre judíos y gentiles, hombres y mujeres, esclavos y libres, hoy también está rompiendo las fronteras entre los seres humanos y la madre tierra.
Una teología que sólo piensa en el llamado de los hijos y las hijas de Dios de liberar la tierra de su cautividad (Rom 8), y se olvida de la historia del Génesis 2, donde las criaturas del campo son creadas para ayudar a Adam en su vocación, aún antes que Eva, seguirá siendo una teología antropocéntrica.
Cuando nos acercamos a la tierra como compañera en ministerio, podemos entender, como el jesuita español Jon Sobrino lo hizo pensando en la capacidad salvífica de los pobres; cómo aún, cuando Cristo es el Mediador entre Dios y la humanidad, a través de su Espíritu que infunda todas las cosas, ahora también existen nuevos mediadores, mediados por Él[30], y a través de los cuales la salvación entendida como la restauración de todas nuestras relaciones, se hace posible, cuando caminamos al lado de ellas y ellos.[31]
La Tierra y el Cuerpo de Cristo
Cuando mi hijo me dijo que la maestra le había dicho que la tierra estaba muerta, yo le pregunté: “Hijo, si tú fueras un astronauta y una nave especial te llevara bien arriba del cielo y luego al mirar abajo la tierra, no me puedes ver, ni a mí, ni a tu papá, ni a tus hermanos desde allá arriba: ¿Tú dirías entonces que la tierra está muerta?”
Abriendo sus ojos grandotes, y sabiendo que se sabía bien la respuesta, me dijo: “¡No, mama!” – “Pues, yo tampoco” – le dije.
El cuerpo de la Tierra es uno y tiene muchas partes,
Y todos sus miembros, aunque muchos, forman un sólo cuerpo.
A todos se nos dio el mismo Espíritu.
Aún si el humano terrícola dijera: - Como no soy lombriz de la tierra, hongo
O microorganismo, ¡yo no pertenezco a la tierra! –
Eso no lo haría menos terrícola, ni menos parte de su suelo.
Una parte de la Tierra no puede decirle a otra: “¡Estás muerta! – o – ¡No te necesito!” Porque Dios ha ordenado la tierra de tal manera, para que no haya desacuerdo dentro del cuerpo y así los miembros/as tengan el mismo cuidado, unos/as con otros/as.
Si una miembro sufre, todas y todos sufren con ella;
Si un miembro es honrado, todas y todos se alegran con él.[32]
Parafraseando ahora el pensamiento de Sobrino:
Necesitamos aprender a caminar con la tierra que está siendo deforestada y extinguida antes de su tiempo, una tierra para la cual existir y reproducirse es difícil frente al peso creado por los intereses comerciales y los deseos humanos insaciables. Debemos dejarnos afectar radicalmente por la realidad de la naturaleza. Ella definirá el Reino de Dios junto con todos los marginados y marginadas, y nos revelará aquello de lo cual necesitamos desesclavizarnos, y de lo cual el reino de Dios nos liberará.[33]
Esta reunión con las criaturas de la tierra, es la misión más importante de nuestro tiempo. Tal vez no logremos regresar al Jardín del Edén con nuestros esfuerzos, pero podremos caminar juntos hacia la Nueva Jerusalén.
Notas
[1] Esta historia también fue publicada en la revista PHP POST, A Hunger Justice Journal del Presbyterian Hunger Program, PCUSA, Spring 2017.
[2] Tink Tinker es de la Nación Wazhazhe / Osage y profesor de Tradiciones Religiosas y Culturas Indias Americanas en la Escuela de Teología Iliff.
[3] Tink Tinker, “La Doctrina del Descubrimiento cristiano: Los Luteranos y el lenguaje del Imperio”, en Journal of Lutheran Ethics, consultado el 4 de Abril, 2017, http://elca.org/JLE/Articles/1203
[4] Lisa E. Dahill, Lisa E. & Martin-Schramm, James; eds., Eco-Reformation, Grace and Hope for a Planet in Peril, Eugene. Oregon: Cascade
Books, 2016, 142.
[5] Todos los días escuchamos nuevas noticias sobre los estragos producidos por el cambio climático: lluvias, sequias, epidemias, records de temperatura. Si no hacemos nada para frenar las emisiones de gases de invernadero, los científicos preveen que el calentamiento global puede llegar a más de 8 grados
Farenheit, lo cual transformaría el planeta y socavaría su capacidad de
soportar gran parte de la población humana.
[6] Elizabeth Johnson, “Losing and Finding Creation in the Christian Tradition” en Christianity and Ecology:
Seeking the Well-being of Earth and Humans, Dieter T. Hessel and Rosemary Radford Ruether, eds.,
Cambridge, Massachusetts: Harvard CSWR, 2000, 6.
[7] La palabra hebrea “tov” traducida como la bondad de la creación en el
Génesis 1:12, 18, 25 y 31, también puede traducirse como generadora de vida.
[8] Hessel, Radford Ruether, eds., Christianity and Ecology:
Seeking the Well-being of Earth and Humans, Cambridge, Massachusetts: Harvard CSWR, 2000, 6.
[9] Se dice también que la doctrina Calvinista de la Soberanía de Dios fue una reacción a los abusos de la naturaleza por parte de la nueva ciencia, como una manera de advertir que por encima de todo y de todos, está Dios. Hoy por hoy, el reto que propone esta doctrina fuera de su contexto, es llevarnos a percibir a Dios fuera de todo y de todos, aún fuera de la misma naturaleza, donde una vez buscamos su Gloria y su sabiduría.
[10] Hessel, Radford Ruether, eds., 5-9.
[11] Lisa E. Dahill, James B. Martin-Scharamm, eds., Eco-Reformation, Grace and Hope for a Planet in Peril. Eugene, OR: Cascade Books,
2016, 47.
[12] Ibid., 9.
[13] Ibid., 40.
[14] Diversos estudiosos de la Escritura, señalan que la palabra hebrea normalmente traducida como ‘cultivar’, puede igualmente traducirse como ‘servir’, lo cual nos ubica como seres humanos en una posición de humildad frente a la tierra.
[15] Hessel, Radford Ruether, eds., 9.
[16] Las palabras del científico Francis Bacon (1561-1626) sirven bien para ilustrarlo: “La madre naturaleza debía
ser atada de sus correrías igual que se hace con las brujas. Ambas debían ser
dominadas, interrogadas y conquistadas.”
[17] Hessel, Radford Ruether, eds., 10.
[18] Este escrito es una versión revisada y resumida de un artículo anteriormente publicado para la revista HORIZONS Nov/Dic 2015. Este escrito
ha sido reimpreso con su debido permiso.
[19] Parte de este planteamiento fue publicado en la revista Presencia Ecuménica No. 71, Enero-abril 2011, pero ha sido modificado para efectos de este escrito.
[20] En un artículo escrito por Ivone Gebara en 1999, para Diez Palabras Claves sobre Jesús de Nazaret, ella propone que cuando Jesús invita a sus discípulos a admirar los lirios del campo y encontrar en ellos sabiduría, Jesús estaba abriendo nuevos caminos de salvación.
[21] Ivone Gebara, “¿Quién es el ‘Jesús liberador’ que buscamos?” en: Diez Palabras Claves Sobre Jesús de Nazaret. Estella, Navarr:
Editorial Verbo Divino, 1999, 167.
[22] La profesora Catherine Keller, en una clase de Eco-teología en la Universidad de Drew propuso una versión alternativa al Génesis 1:9, 11, 14, 24, 26, donde normalmente interpretamos como la expresión trinitaria de Dios. Otra visión igualmente válida es la posibilidad de que Dios en cada uno de estos momentos está invitando a la tierra a crear con Dios, y la tierra responde en obediencia.
[23] En el siglo XVII, el filósofo René Descartes (Francia), se hizo famoso con su gran frase: “Yo pienso, por lo tanto, existo”, ubicando la existencia del ser humano, en la mente.
[24] Dahill, Martin-Schramm, 4.
[25] Josef Estermann, Coord., Teología Andina, El tejido
diverso de la fe indígena. La Paz, Bolivia: ISEAT, Plural Editores, 2006, Tomo
I, 52-53.
[26] En el centro de aprendizaje (Angelic Organics Learning Center) que mi esposo y yo fundamos en 1998, una de las primeras habilidades que aprendimos y luego comenzamos enseñar a otras personas, fue el ordeño de las cabras, la fabricación de quesos y jabones con leche de cabra, maravillosos para la piel.
[27] Dahill, Martin-Schramm; eds., 5, 49.
[28] Esta manera pneumática de entender a Cristo, tal vez nos ayude a contribuir con mayor apertura en la construcción del Reino de Dios en la tierra; sobre todo, si entendemos el reino de Dios – usando las palabras de Sobrino – “como un lugar donde la salvación no es sólo un don alcanzable escatológicamente, sino algo que comienza en las muchas mini-salvaciones que dia a dia nos permiten superar los males del presente”.
(Jon Sobrino, “Centralidad del Reino de Dios en la teologia de la liberación”,
en Mysterium
Liberationis,
Tomo I, 482)
[29] Gebara, 1999.
[30] Jon Sobrino, “Centralidad del Reino de Dios en la teologia de la liberación”, en Mysterium Liberationis, Tomo I, 495.
[31] Así como otros teólogos de la liberación, el teólogo Jesuita Jon Sobrino propone que la salvación está presente cuando caminamos al lado de los pobres, ya que en ellos el Reino de Dios se concretiza.
[32] Parafraseando, 1 Corintios 12.
[33] Parafraseando las palabras de Jon Sobrino inspiradas en los pobres, pero ahora desde la mirada de una tierra marginada.